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La vida en clave de sol

Viviana Salcedo interpreta el oboe desde que era una niña. Lo conoció en su natal Villavicencio, en una época de pocas opciones para la formación musical. Hoy, orgullosa, integra la Sinfónica Nacional de Colombia, que este 2018 celebra 15 años de fundación.

VIVIANA SALCEDO

Por Lucy Lorena Libreros 
Periodista cultural.

El afiche pende aún de una de las paredes de su casa en Villavicencio. La figura de Irvin Hoffman, imponente, con su batuta en alto, domina la imagen. Se conserva intacta desde hace 17 años, cuando la Orquesta Sinfónica, entonces dirigida por este maestro estadounidense de corazón latinoamericano –fallecido en marzo pasado–, llegaba por primera vez a la capital del Meta.

Viviana Salcedo tendría por entonces unos doce años. Completaba tres practicando un instrumento alargado y de madera oscura, del que nunca había escuchado hablar hasta el día en que lo tuvo entre las manos y al que los niños solían huirle por su complejidad: el oboe.

Viviana asistía, junto a otros 30 pequeños, a los talleres que la naciente Fundación Batuta dictaba en su ciudad con profesores que enviaba desde Bogotá e instrumentos musicales prestados del Colegio Inem, donde ella recibía sus clases. Actividad que empezaría como un hobby para entretener las horas muertas de las tardes.

Un día –recuerda– en medio del alborozo de sus compañeros que se 'peleaban' por aprender a interpretar el violín o la flauta, un profesor le habló del oboe cuya notación se realiza en clave de sol. Le aseguró que con el oboe tendría más posibilidades de destacarse, "precisamente porque era poco común. Pero el problema era que en Villavicencio no existía este instrumento ni tampoco profes que lo enseñaran. El primer oboe que llegó a la ciudad fue justamente el mío. Empecé a practicar sin profundizar mucho hasta que conocí a Andrés Schneider, maestro de la Universidad Nacional. Fue mi primer guía. Y desde que comencé a interpretar este instrumento ya nunca me desprendí de él".

Lo que siguió después lo cuenta con 29 años encima, un amor insobornable por la música y la felicidad de haber alcanzado el "máximo honor" al que puede aspirar un músico profesional en este país: trabajar en la Sinfónica Nacional de Colombia, heredera de una tradición iniciada en 1846, cuyo objetivo es difundir por todo el país la música más representativas del mundo sinfónico.

Su historia inició en 2007. Hoffman aún hacía parte de la orquesta y Viviana fue invitada a participar en ella. Era una especie de sueño largamente aplazado. Interpretar junto al maestro que ella conoció de niña, allá en su ciudad, tan lejano e inalcanzable. "El maestro Irvin era un hombre exigente, pero sin duda uno de los mejores directores con los que puedes trabajar y aprender", asegura la oboísta.

Dos años más tarde sería contratada y desde 2016 se integraría por completo a la orquesta como música de planta. Trabajo apenas interrumpido por los años que vivió en Inglaterra cursando una maestría en oboe. Este 2018, cuenta feliz, ha viajado junto a la orquesta por distintas ciudades del país y celebró junto a los otros músicos sus 15 años de fundación.

Por los días en los que Viviana conoció el oboe no resultaba fácil que un joven abrazara el camino del arte. Dos décadas atrás, Colombia contaba solo con cuatro escuelas de música. Y en Villavicencio, que por entonces vivía separada de Bogotá por una vía en mal estado y siete horas de distancia, la formación musical llegaría, a cuenta gotas, de la mano de los talleres que la Fundación Nacional Batuta dictaba los fines de semana. Sin sede propia y con instrumentos prestados.

Pero el talento de Viviana y su empeño por aprender un instrumento que otros niños abandonaban con facilidad sorprendió a sus maestros. Y con 14 años se enfrentó al reto de trasladarse a la capital del país para completar su formación, lejos de Julio Salcedo y Doris Agudelo, sus padres, que se ganaban la vida como docentes de bachillerato y que asumieron, entre el miedo y la expectativa, la noticia de ver partir de casa a su única hija para convertirse en música profesional.

"Hoy mi mamá confiesa que en ese momento se llenó de nervios –cuenta Viviana–. Pero yo les había expresado con mucha franqueza que la música era lo que quería hacer en la vida. Ellos me apoyaron y emprendieron el esfuerzo familiar y económico de tenerme en Bogotá y comprar mi oboe, que es costoso. Siempre estaré agradecida por su apoyo".

No sería fácil su 'aterrizaje' en Bogotá. Viviana descubrió pronto que estaba "atrasada respecto a mis otros compañeros, que tenía vacíos teóricos y estaba obligada a estudiar más que los demás; mi mamá incluso me consiguió un Cd con canciones de oboe para practicar. Tuve un semestre de preparación y un profesor particular de oboe para poder entrar al Conservatorio de la Universidad Nacional. Era todo un reto, pero mi gran motivación era el amor infinito que sentía por la música".

En Villavicencio, sus padres seguían de cerca los pasos de Viviana en Bogotá y dialogaban con sus profesores sobre su carrera. Con esfuerzo y gracias a un préstamo reunieron el dinero para el primer oboe propio de su hija, que continuaba firme en su propósito de hacerse artista. "Y en este camino el apoyo de la familia es fundamental. La música es una carrera larga, de sacrificios, costosa, y suele pasar que muchos padres se desaniman en el proceso. Tuve la suerte de tenerlos siempre a mi lado, pese a la distancia, a que estaba muy joven cuando me vine a Bogotá", reflexiona Viviana.

Lo vive de nuevo ahora, desde una orilla distinta, como profesora en la Universidad Central y la Universidad Javeriana de varios chicos que –como ella– lo dejaron todo para dedicarse de lleno a la música y se preparan para asumir esta carrera profesionalmente. "Hay alumnos que se retiran por falta de recursos económicos. Hoy ha cambiado el panorama un poco porque historias como la mía demuestran que sí es posible vivir de la música, de que es una profesión como cualquier otra".

Ahora, cree más que nunca que este país necesita más y más jóvenes entregados al arte. "A mí me tocó una época dura; y creo que me ayudó el hecho de vivir en una ciudad relativamente cercana a Bogotá. Si hubiese vivido en Amazonas, por ejemplo, mi destino habría sido otro, sin duda. Por eso, aplaudo que existan iniciativas como Viajeros del Pentagrama, porque la idea es descentralizar la formación musical de las grandes ciudades. El arte debe ser accesible para todos, para ese niño que vive hasta en la región más alejada, sin importar su estrato o raza. En la actualidad, tú ves muchos más jóvenes llegando desde regiones como Villavicencio y en mi propia ciudad hay más instrumentos, más profesores y más programas de formación. Eso me hace sentir feliz".

Sería allá, en Villavicencio, donde Viviana terminaría por entender el sentido de su lucha por convertirse en música, pese a tantos obstáculos. En marzo de este año se presentó en Villavicencio gracias a la Gira Sin Fronteras de la Sinfónica Nacional. Entre el público alcanzó a reconocer algunos de los que fueran sus compañeros de clase por los días en los que tímidamente, de la mano de la Fundación Batuta, se acercaba al oboe. También a sus papás. Un viaje a la semilla.

La gente suele pensar que la música clásica es lejana, privilegio de unos pocos, piensa Viviana. "Pero en esta gira daba emoción ver a tantas personas haciendo fila para entrar al teatro, el parque o la iglesia donde nos presentaríamos. La gente está ávida de cultura y en parte la misión de nosotros, los músicos, es acercar el arte a la comunidad. Cada vez que pienso en eso, siento que todo el esfuerzo ha valido la pena".