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Un sueño afinado que viaja por la Colombia rural

¿Se imagina un piano de cola que viaja para llevar música clásica a regiones apartadas del país? Ese es el sueño cumplido de Diego Franco, pianista colombiano creador del proyecto 'Piano móvil'.

piano movil1

Por Lucy Lorena Libreros 
Periodista cultural.

Los parlantes de la iglesia y la emisora habían dejado escapar el rumor feliz de que a San Juan de Betulia llegaría un pianista que viajaba desde lejos para ofrecer un concierto. Era agosto de 2017 y una mañana cualquiera, bajo ese sol del Caribe que se extiende como una bofetada, todos vieron la imagen surreal de un piano de cola blanco, marca Ritmüller, que descendía por partes de un camión sobre los hombros de varios voluntarios para instalarse en la plaza del pueblo.

Aquella sería la primera vez de muchas cosas en este municipio ganadero de Sucre, ubicado a menos de una hora de Sincelejo, entre los municipios de Corozal y Sincé: que se silenciaran los acordeones que suelen acompañar las jaranas en los patios de las casas para escuchar a cambio repertorios de Beethoven y Chopin; que decenas de niños conocieran los sonidos de un piano y que doña Carolina, a sus más de 80 años, terminara con un violín entre las manos.

La escena permanece nítida en la memoria de Diego Franco, un pianista bogotano de 31 años que quiso convertirse en músico desde chico y que desde hace seis escribe una carrera como intérprete y docente en Francia, donde se graduó como pedagogo de la École Normale de Musique de París y obtuvo una maestría en musicología y mediación de la Universidad París 8 Saint-Denis.

La escena en realidad pertenece a un sueño construido por él: se llama 'Piano Móvil' y busca acercar la música clásica a las regiones más apartadas de Colombia.

Un sueño que lo ha desvelado durante los últimos cuatro años. Desde entonces se la pasa buscando en el mapa nuevos rincones a los cuales arribar con un piano y un grupo de músicos, artistas y pedagogos que durante dos o tres días recorren las calles para dictar a toda la población talleres de flauta traversa, saxofón, guitarra o canto.

O de violín. Fue el que tomó justamente doña Carolina, una abuela a quien las balas asesinas del conflicto le arrebataron a su esposo, el campesino que la acompañó más de media vida. Diego la recuerda bien: el cabello cenizo, ondulado y largo, recogido en un moño discreto, y el mentón inclinado ligera y dulcemente sobre el lomo del instrumento mientras su mano derecha intentaba hacer vibrar las cuerdas con un arco.

Con la misma dicha los recibieron en el barrio El Paraíso de Ciudad Bolívar, esa otra Bogotá que se extiende sobre las faldas de los cerros del sur de la capital del país. O en las colinas de Usabá, en Sibaté, Cundinamarca; o junto al embalse del Muña, que se alimenta de las aguas del río Bogotá; o en un resguardo indígena de Belén de los Andaquíes en Caquetá. O en Rovira, Tolima, a donde el Piano Móvil llegó el pasado 6 de septiembre.

Las palabras de Diego se escuchan afinadas, al otro lado de la línea. Habla desde París. Suaves como las notas de su piano. Van contando cómo es eso de vivir lejos de Colombia, pero lo suficientemente cerca de corazón para soñar un país donde la música pueda estar al alcance de todos.

Al alcance de la Colombia rural y olvidada "geográfica y culturalmente", se le escucha decir. En cada parada del ‘Piano Móvil’ el ritual es siempre el mismo: un piano de cola, alquilado, que se traslada en camión y que, una vez en tierra firme, es afinado por un técnico especializado que lo deja perfecto para el concierto que ofrece Diego y en el que no faltan canciones de música colombiana de compositores como Oriol Rangel, Ruth Marulanda, Luis A. Calvo y Adolfo Mejía; latinoamericanos como Ernesto Lecuona y Heitor Villa-Lobos y otros más universales como Bach. También interpretaciones de músicos locales.

Lo que sigue a continuación es la curiosidad genuina con la que poco a poco se van acercando los habitantes de cada población. Niños pequeños, abuelos, embarazadas, jóvenes distraídos, gente en sillas de ruedas, invidentes. Todos atraídos por esta suerte de flautista de Hamelin a quien compartir música lo redime, lo salva del extravío.

Para el pianista, no es tan cierto aquello de que los niños y jóvenes no sientan curiosidad por la música clásica: "No pienso que los intereses musicales de nuestros jóvenes sean tan limitados como nos quieren hacer creer. Es la programación que les ofrecen los medios y la publicidad, la que es limitada y pobre. Una de las ideas que me gusta dejar en los niños es que el repertorio musical de la humanidad es tan vasto y ha representado tanto para tantas culturas que es casi trágico limitar el tiempo de nuestras vidas a una sola concepción de lo que la música es o puede ser".

De Francia a Colombia.

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'Piano Móvil', asegura Diego Franco, nace del cuestionamiento que en algún momento se hizo a sí mismo sobre el rol del arte en la sociedad. "Y lo que experimentamos los músicos que participamos de las cuatro giras que hemos realizado con el proyecto hasta hoy es que nuestro oficio adquiere otra dimensión cuando compartimos la música con la comunidad. Ha sido un espacio para redescubrir y valorar la práctica musical".

La génesis de esta iniciativa es la creación, en 2014, del colectivo Euphonia, conformado por voluntarios en Francia y Colombia que trabajan para sacar adelante la idea de transformar un piano en escenario y llevar a la gente conciertos y talleres gratuitos al aire libre. A veces hay gente así: buena simplemente.

Diego, desde entonces, viaja a Colombia por los meses de julio y agosto, y lidera la gira del Piano Móvil con los recursos económicos que obtiene todo el año en Europa, "donde es fuerte la cultura colaborativa a través de una plataforma creada especialmente para donaciones; a la gente le suena una locura eso de viajar con un piano a regiones apartadas. Pero terminamos recibiendo donaciones desde 5 euros. Y en un proyecto como este, todo suma, todo aporta".

Quizás la idea viene de mucho antes. Quizás sin saberlo. Porque la de Diego es la metáfora de muchos otros colombianos que se hicieron músicos a contracorriente: sin tener un vínculo familiar con la música, con sacrificios económicos, sorteando la incredulidad de quienes no ven en este oficio un proyecto de vida. "Durante años practiqué en organetas porque en un país como Colombia no es fácil acceder a la formación musical y menos en las regiones más pobres. Por eso la meta es contar en un futuro con un piano propio para el proyecto. Para que sean muchos más los músicos que viajen todo el año llevando música a más municipios".

Diego piensa en Natalia, la chica de 11 años que llegó hasta San Juan de Betulia atraída por los rumores de la visita del piano y el pianista. Desde muy niña, se acercó al violín con destreza, pero hacía meses se había visto obligada a abandonar su proceso de formación porque la escuela donde estudiaba se quedó sin presupuesto. En Betulia fue feliz de nuevo: los talleristas de la gira le dieron nuevas clases de violín, se presentó en concierto junto a Diego y entendió entonces que ya nunca más volvería a desprenderse de la música.

Piensa también en el profesor que conoció en Rovira, ese pueblo crucificado en los titulares de las secciones de orden público de los periódicos por cargar la fama de ser cuna de varios líderes de la desaparecida Farc. "Este maestro luchaba ante la apatía y la falta de recursos para continuar con su trabajo. La visita del Piano Móvil sirvió para despertar el interés hacia las clases en la escuela de música. Fue motivación, inspiración".

Piensa además en la vecina agradecida de Ciudad Bolívar que confesaba su asombro ante la visita del Piano Móvil. "De nosotros solo se acuerdan los políticos para venir a hacer promesas que nunca cumplen", le dijo. Diego y sus 'cómplices', en cambio, organizaron un taller de iniciación musical para niños; –en simultánea– un piano grande se instalaba en el parque del barrio Paraíso y Yuri Forero, técnico afinador, hacía posible un segundo taller para los curiosos de este instrumento y su mecanismo.

Al final –recuerda Diego–, desde la altura de esos cerros que muchos miran con desdén, el concierto se dividió entre las piezas colombianas y universales que él interpretó, las melodías que compartieron dos jóvenes de la zona que fueron invitados y las pequeñas intervenciones improvisadas con los niños que demostraban interés por aprender.

Era justo lo que buscaba que sucediera. Porque para el músico "hay tanto esfuerzo detrás de cada nota, tantas horas y tantos años dedicados a dominar un gesto, un movimiento, una manera de respirar, que casi soñamos que el poder de la música es suficiente para cambiar el mundo".

Juntos –músicos y vecinos– aprendieron que la mejor vista nocturna de la ciudad no estaba en Monserrate ni en la vía a la Calera. Ni en los balcones de los ‘penthouses’ de los altos edificios. "El destino quiso dar ese premio a los habitantes de Ciudad Bolívar, dice Diego. Cuando niños y jóvenes contemplan Bogotá desde el mirador de El Paraíso estoy seguro de que les invade el pensamiento de poder lograr todo en la vida".

A pocas cuadras de aquel escenario improvisado, dos jóvenes del barrio caían baleados ese mismo día. De esas muertes se enteraron solo hasta el final del evento, cuando el pianista silenció su instrumento. Tal vez era la metáfora mejor contada de esa Colombia que recorre el Piano Móvil: un país donde es delgada la línea que separa la celebración de la vida y el arte, y el país desafinado que se escribe con sangre y con guerra.

Diego Franco lo sabe de sobra: No siempre la vida entona su mejor versión.