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La música, esa poderosa medicina

María Eugenia Suárez, docente de Armenia, encontró en la música una ‘medicina’ para transformar positivamente el comportamiento de sus alumnos. Con ayuda de los contenidos pedagógicos de Viajeros del Pentagrama, esta maestra incorporó la música a sus clases de arte y transformó niños agresivos en alumnos participativos y felices.

 profe armenia1

Por Lucy Lorena Libreros 
Periodista cultural.

Esa que está sentada sobre el muro de ladrillo del patio central, con sus ojos sonrientes, marrones y alargados, con sus palabras que resuenan delicadas pero firmes y su grácil figura elevada en tacones azules, es la maestra favorita del pequeño Carlos*.

La confesión la hizo hace apenas un rato, esta mañana de jueves, antes de atravesar a toda prisa el salón de primer año, ajustando permanentemente los pantalones de su uniforme, grandes para su tamaño. Carlos buscaba llegar a la esquina del salón, justo enseguida del escritorio de su maestra, en la que él y sus compañeros apilan los instrumentos musicales que fabricaron ellos mismos con materiales reciclados. Frascos de plástico que alguna vez almacenaron límpido o suavizante de telas y ahora son guitarras. Tarros de pintura que las manos de los niños convirtieron en tambores. Trozos de madera de un viejo palo de escoba que acabaron convertidas en coloridas claves.

Instrumentos que no producen notas musicales, claro. Pero que la imaginación de Carlos y sus amigos consiguió el milagro de transformarlos en una orquesta afinada.

La de Carlos —ocho años, cuerpo menudo, pequitas en el rostro— es una guitarra elaborada con esmero con cartón, hilos de lana, dosis generosas de creatividad y el anhelo secreto de un niño que espera convertirse algún día —como el novio de su mamá— en un alegre mariachi. Cantar, dirá en su salón de clases, se convirtió en la motivación que lo salvaría del extravío. Pero esa historia la sabremos luego.

María Eugenia Suárez, la profe de la que habla Carlos con emoción, continúa en el patio de recreos. No hace mucho la vieron por la cocina del colegio preguntando por el menú del almuerzo que los niños recibirían ese día. Parada junto al mesón, apartó uno de los platos ya servidos con pollo, arroz y verduras y tomó con su celular una foto. “Es para enviárselas a los papitos por WhatsApp —se apresura a explicar—. Así estarán tranquilos porque sus muchachos comen bien”.

Otros la vieron dando indicaciones sobre alguna reparación locativa. Y algunos más le preguntaron por un módulo escolar que preparaban para sus alumnos. La profe resolvía cada caso con acierto, con un liderazgo innato. Con frases precisas que hacían que todos se sintieran tranquilos.

Ya es casi mediodía y ahora mismo la profe da instrucciones amorosas en el patio para que sus alumnos se acomoden en un par de filas con sus instrumentos. Treinta chicos a los que les enseña sobre ritmo musical, golpeando delicadamente sus tacones sobre el piso de cemento, una y otra vez, mientras ellos la miran atentos e intentan llevar la melodía.

—Ta, ta, ta, ta, tá—, grita la profe. Y todos reproducen esos sonidos con sus instrumentos y sus voces.

La escena ocurre en la Institución Educativa Santa Teresa de Jesús, sede La Florida. Un colegio público y de espacios amplios que se descuelga sobre la falda de una de esas lomas verdes del paisaje cafetero colombiano. Ubicada a 20 minutos de Armenia, sus alumnos son hijos de madres cabeza de hogar y padres que se rebuscan la vida a diario como vendedores ambulantes y empleadas domésticas. Niños de los barrios y corregimientos más pobres de la capital del Quindío que crecen en los márgenes de un mundo mal hecho.

Hasta allá llega todos los días María Eugenia para dictar sus clases de ética, de religión y de artes. Pedagoga infantil y magíster en educación e innovación artística, la docente orienta a chicos de primero a tercero de primaria. Un poco más de ciento veinte niños, cuyas edades se mueven de los cinco a los once años, entre los cuales hay varios con limitaciones cognitivas y con TDHA, como se le conoce al Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.

Una maestra de colegio público que tropieza con las dificultades de un oficio que conocemos de sobra: salones numerosos, escases de recursos y materiales, niños —en su gran mayoría— hijos de hogares en donde la palabra pobreza se escribe casi siempre enseguida de maltrato y desamor.

—Y entonces a uno le toca dar sus clases en medio de todas esas dificultades, con niños que llegan a sus clases arrastrando problemas sociales, familiares, maltratos, abusos. Niños que no saludan, que no dan las gracias, que suelen ser conflictivos. Y uno entiende que no es su culpa, porque no es fácil crecer en esas condiciones, dice María Eugenia.

Niños como el propio Carlos que hasta hace apenas unos meses debía tomar medicamentos para controlar sus estados de ánimo. El pequeño había sido víctima de abuso sexual y su comportamiento era irritable y a veces agresivo.

La música como medicina.

¿Qué hacer para evitar que ese ambiente hostil afecte el aprendizaje de sus alumnos? María Eugenia comenzó a acariciar la idea de incorporar la música a sus clases. Conocía de sobra los beneficios que la formación musical temprana tiene en los niños. Que les ayuda en el aprendizaje de las matemáticas y del lenguaje; en el desarrollo de su motricidad; en el desarrollo de su autoestima y su capacidad para trabajar con los demás.

—La inquietud me había quedado después de un evento en el que conocí una página web, Viajeros del Pentagrama, que les entregaba a los profesores recursos para enseñar música a niños pequeños. Yo no soy música, pero sabía que con la música podía lograr cambios positivos en mis estudiantes y quise apostar por esta metodología.

Viajeros del Pentagrama es una iniciativa del Ministerio de Cultura que busca que los niños, al finalizar la primaria, sepan leer y escribir música, cantar a cuatro voces e interpretar al menos un instrumento. Y los profesores de preescolar y primaria pueden lograrlo a través de una serie de contenidos pedagógicos en video, audio, pdf y hasta videojuegos con los que los niños pueden aprender de manera divertida todos los conceptos musicales.

profe Armenia 2

La profe María Eugenia comenzó a explorar cada uno de los contenidos de esta iniciativa proyectada a seis años de formación, para niños entre los 5 y los 11 años. “Y fue fácil engancharme porque todo está explicado de manera muy sencilla. Todo explicado para que uno prepare la clase y la lleve al salón. Viajeros del Pentagrama me hizo más creativa y ha fortalecido mi práctica docente”.

Comenzó, cuenta la maestra, con los ejercicios de relajación y meditación. Ejercicios a los que ya acostumbró a sus estudiantes al empezar cada una de sus clases. Y a falta de colchonetas para ellos, improvisó con pliegos de papel que ella misma compró y que los niños cuidan y enrollan con esmero después de cada sesión.

Luego probó con las actividades que Viajeros del Pentagrama propone para la exploración sonora, para el desarrollo del oído y la escucha. Y también las que invitan a fabricar instrumentos musicales con materiales que se desechan en las casas. Por último, probó los videojuegos de la sección Aprende de Viajeros del Pentagrama, “que usamos con las tabletas del colegio y con los que mis niños se acercan, de paso, a la tecnología, que es un lujo que sus papás no pueden permitirse”.

Porque educar, dirá la profe, consiste en eso: Ser recursivo. No quedarse en la queja. “Buscar permanentemente la mejor manera de captar la atención de los niños. En cada curso tengo grupos de 30 niños; y sí, es muy complicado. Pero un profe creativo siempre encuentra la manera de enseñar, así las condiciones sean difíciles”.

Y ese sería el comienzo de todo: “Después de las primeras sesiones, comencé a notar que los niños mejoraban su atención y concentración en las clases; se mostraban más participativos y alegres, se colaboraban entre ellos para las actividades artísticas, eran más disciplinados y educados. Y todo ha sido gracias a que incorporé la música a mis clases de arte, la música es como una medicina milagrosa”, cuenta con emoción la docente.

Lo nota todos los días en los ojos de Mariana, una de sus alumnas de tercero de primaria, que padece una leve deficiencia cognitiva que hace que a veces se retrase en sus procesos de aprendizaje. No sucede lo mismo en las clases de arte. En ellas canta, pinta, decora, participa.

La música fue también un hallazgo providencial en la vida del pequeño Carlos. Hoy, lejos de los medicamentos y de las secuelas de los abusos, se aferró a la música como un náufrago al salvavidas. Hoy la música lo salva y lo redime. Que lo digan todos los profes, compañeros y padres de familia que lo vieron —micrófono en mano y ataviado con vestido azul de charro mexicano— entonando alegremente rancheras durante la presentación que los alumnos de la profe María Eugenia organizaron el pasado Día de la Madre.

Es que hasta los propios papás —cuenta la docente— han advertido el cambio de los chicos en sus casas “y se sorprenden al enterarse de que sus niños tienen habilidades musicales”. Ahí está Valeria Saavedra, una de sus alumnas, que después de fabricar una guitarra en su clase, descubrió que deseaba abrazar la música para siempre. Hoy, junto a su padre, recorre algunas fundaciones y escuelas de música de Armenia buscando un cupo para aprender música formalmente.

La profe sonríe de orgullo cuando lo cuenta. Alguien escribió alguna vez que el paraíso es ese lugar de paso de la infancia. Quizá por eso también el pequeño Carlos sonríe al confesar que María Eugenia Suárez es su profe favorita: es que, gracias a ella, descubrió que la música era su paraíso.

*Nombre cambiado para proteger al menor.